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Honduras, la esperanza para Centroamérica

Con el resultado de las elecciones generales de noviembre pasado, Honduras se perfila como el país de Centroamérica con una oportunidad real de revertir la ruta de deterioro regional.

La mayoría de los países centroamericanos están experimentando una ola regresiva, con la proliferación de regímenes antidemocráticos, autoritarios, cada vez más cerca de las dictaduras del pasado. Con mayor frecuencia se conocen reportes sobre acciones represivas desde los Estados en contra de sectores independientes, como la sociedad civil organizada y la prensa. Los procesos de captura de instituciones estatales son alarmantes, desmantelando los sistemas democráticos de pesos y contra pesos. Sin control democrático, los gobiernos están tomando decisiones que están vulnerando las políticas fiscales, monetarias, comerciales, cambiarias, y en general dañan a sus economías y demás políticas públicas.

Y la tendencia es al deterioro. La esperanza de que los procesos electorales puedan revertirla quedó trágicamente aplastada en una Nicaragua que continuará siendo la de Daniel Ortega y Rosario Murillo. El apoyo popular que continúa gozando el presidente Nayib Bukele en El Salvador la hace ver cada vez más lejana. En Guatemala la desconfianza hacia un Tribunal Supremo Electoral capturado no augura nada bueno para las elecciones de junio de 2023, mientras el presidente Alejandro Giammattei se hunde en su propia impopularidad, pero aferrado al poder formal ejercido a través de entidades capturadas. Semejantes condiciones alientan trasnochados sectores que abogan por rompimientos constitucionales violentos y volver a los golpes de Estado, mientras otros esperan, ingenuamente, que un poder externo, generalmente los Estados Unidos de Biden, intervenga y los salve de la debacle.

En contraste regionalmente dramático, en Honduras el triunfo contundente de Xiomara Castro de Zelaya, presidenta electa, y Salvador Nasralla, vicepresidente electo, supone un aliento de esperanza para la ciudadanía hondureña. Independientemente de las posiciones ideológicas y de lo que en realidad pueda hacer el nuevo gobierno, lo que es claro y contundente es que el electorado hondureño votó por el cambio, por el rechazo hacia el statu quo que Juan Orlando Hernández llegó a personificar. Por la vergüenza mundial de que el hermano del presidente de la República haya sido condenado en Estados Unidos por delitos de narcotráfico, y que el propio presidente esté vinculado a esa actividad del crimen organizado transnacional.

Así, Honduras es hoy el faro de esperanza para Centroamérica, una región que se hunde en el pesimismo la y desesperanza. Las expectativas son muy altas, así como los riesgos. La administración de Castro de Zelaya tiene el enorme reto de muy corto plazo de convencer a su electorado de que el cambio en realidad se está operando, y que no es para empeorar. Es un reto que toca a todo el gabinete de gobierno, ya que tiene frentes por estabilizar en sus relaciones diplomáticas, especialmente con Estados Unidos, pero sin enfrentarse a la República Popular de China; en los sectores sociales prioritarios, la educación, la salud y la seguridad ciudadana; renovar la lucha contra la corrupción y la impunidad, o quizá, de hecho, iniciarla de verdad y con seriedad; dar, por lo menos, una señal a la gran mayoría de la población hondureña de que con el nuevo gobierno sus condiciones de vida eventualmente podrían mejorar.

En el campo político, ante las posiciones ideológicas de derecha y el conservadurismo, nacional e internacional, el nuevo gobierno hondureño deberá neutralizar el estigma que en esos sectores aún genera el recuerdo del gobierno de Manuel Zelaya, y que no es poco, dada la forma en que conspiraron para derrocarlo con el golpe de Estado de junio de 2009. La presidenta electa está obligada a demostrar pericia política para distanciarse de la figura política de su esposo, y consolidar la propia. Después de todo, ella será la presidenta, y debe dejar de ser la esposa del ex presidente, y la ex primera dama. Es decir, Xiomara Castro debe brillar con luz propia, y dejar fuera de la arena política el apellido conyugal de Zelaya.

En el ámbito fiscal, Honduras tiene que pegar un golpe de timón revirtiendo el proceso en el que cayó en la hondura de las vergonzosas Zonas Especiales de Desarrollo (ZEDE). Esta corrección, indiscutiblemente necesaria, si es demasiado brusca e imprudente, puede terminar siendo contraproducente, ya que no debe preocupar ni amedrentar a las inversiones legítimas y de calidad que el país debería atraer. El gran desafío fiscal de Honduras es lograr convencer a las y los inversionistas que, por un lado, empezará a hacer lo correcto dejando de deformar su política fiscal abandonando el esquema estéril e inefectivo de otorgar irresponsablemente privilegios fiscales ilegítimos y abusivos, y lo reemplazará con nuevos esquemas de competitividad real y legítima. La gran pregunta es, ¿cuáles son los esquemas y medidas que reemplazarán a las vergonzosas ZEDE?

Responderla no es una tarea fácil, y para ser creíble, requerirá de un respaldo técnico muy robusto. Afortunadamente el equipo que acompaña a la presidenta Xiomara Castro incluye algunos de los mejores cuadros tecnocráticos de Honduras, economistas con trayectoria, experiencia, credibilidad y conocimiento. Así, Xiomara Castro debe demostrar que, en estos temas delicados, y que en el corto plazo pueden resultar políticamente muy onerosos, hará lo contrario que su esposo hizo cuando fue presidente, es decir, Xiomara debe demostrar que sí escuchará a su equipo técnico para tomar decisiones y superar los delicadísimos desafíos económicos y fiscales que enfrenta. En varios sentidos, las soluciones a los numerosos, diversos y complejos problemas que enfrenta la presidenta electa, son más de naturaleza técnica que política, que en sí se vuelve un desafío político enorme: adoptar soluciones técnicamente correctas, que puedan ser políticamente costosas.

Y quizá, además, de manera implícita, sobre la presidenta Xiomara Castro recae un desafío regional enorme. Las ciudadanías guatemalteca, salvadoreña y hondureña están ya siguiendo con mucha atención el proceso hondureño, proyectándolo a sus realidades y desafíos locales. Si, por desgracia, fracasa, no sólo será un daño para Honduras, sino para toda la región. Si la presidenta Castro tiene éxito, les alentará a creer que el cambio por medios democráticos aún es posible.


Ricardo Barrientos, Economista senior y Coordinador del área de Acción política.

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