Por Ryan Burgess –
Mientras lees esta entrada de blog, es posible que un niño centroamericano haya intentado cruzar la frontera entre México y los Estados Unidos. Asimismo, durante los próximos tres meses, se espera que más de 34.000 niños no-acompañados, principalmente, de Honduras, El Salvador y Guatemala – lo que se conoce como el Triángulo del Norte –, hagan ese tortuoso viaje. Por si fuera poco, las cifras han ido aumentando en los últimos cinco años. De hecho, desde el año pasado, se han más que duplicado hasta alcanzar a más de 52.000 niños en el período comprendido entre octubre de 2013 y junio de 2014. Entonces, ¿por qué tantos niños dejan atrás a sus países para realizar solos un viaje ampliamente reconocido por sus riesgos mortales?
Hay múltiples factores que influyen en la decisión de los niños y en su necesidad de abandonar su país. Entre ellos, la pobreza, la desigualdad, la violencia y el riesgo a ser reclutados por grupos armados, aunque también a veces la misma familia insiste en su partida bajo la premisa de que estarán más seguros en otro país y de que tendrán mejores oportunidades económicas en los EE.UU. Todas esas razones motivan a los niños a viajar al norte, pero entre ellas la razón principal por la que los jóvenes de Guatemala y Honduras suelen abandonar a sus países es porque quieren escapar de la violencia que se deriva del tráfico de drogas y las pandillas, según un informe del Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU. de mayo de 2014. Asimismo, los niños de Guatemala, el Salvador y Honduras sufren los niveles de violencia más altos del mundo. En 2012, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes en Honduras, El Salvador y Guatemala fue de 90.4, 41.2 y 39.9 respectivamente. En San Pedro Sula, Honduras, llegó a ser de 169 por lo que ha sido considerada como la ciudad más violenta del mundo.
A menudo, las políticas públicas nacionales e internacionales y los medios de comunicación suelen enfocarse en políticas públicas contra el narcotráfico y de seguridad para enfrentar este problema. Pero, ¿qué pasa con la asistencia a la escuela? ¿Qué se puede hacer desde el sistema educativo para mejorar la protección de los niños en sus países de origen y en los países en los que buscan refugio?
Al analizar la evidencia de los países en conflicto, hemos concluido que la respuesta a esa pregunta es sí. Las escuelas deben ofrecer un espacio seguro para los niños y apoyar a los jóvenes a que se sientan a salvo, tanto en su comunidad como en el país receptor. Si bien hay ejemplos de escuelas que contribuyen a la violencia, como aquellas que las bandas utilizan como campos de reclutamiento, en algunos casos también se han convertido en un refugio seguro para los niños y los jóvenes y han ofrecido alternativas distintas de la participación en los grupos armados.
Por ejemplo, cuando Marcelo, un joven de Honduras era chico, tenía pocas oportunidades para estudiar por lo que se unió a un grupo armado. Después de muchos años, él fue capaz de salir de la banda y huir a otra parte del país en busca de un modelo de educación flexible que le permitió estudiar y convertirse en un bombero. Fabiola, expuesta a factores de riesgo, también dejó la escuela, pero fue capaz de inscribirse en un programa de educación flexible que le cambió la vida.
Estos dos jóvenes afortunadamente encontraron oportunidades y han sido capaces de darle la vuelta a sus vidas a través de la educación. Sin embargo, lamentablemente aún muchos niños salen de Honduras, El Salvador y Guatemala, y experimentan altos niveles de violencia, reciben amenazas de muerte y corren el riesgo de ser reclutados por grupos armados.
Para enfrentar estos múltiples desafíos, se requiere de colaboración entre las distintas áreas programáticas. Es decir, no solo las relacionadas con el sector educación o político, sino también con salud, seguridad y muchos otros más.
Como parte del sector educativo, es fundamental enseñarle a la comunidad cómo puede aumentar la protección y apoyo de los niños. A nivel regional, incluyendo a los EE.UU., esto también significa que las autoridades gubernamentales no deben limitarse a abordar el problema desde una óptica nacional, sino más bien utilizar la perspectiva de un niño y tener en cuenta las implicaciones de política dentro y fuera de las fronteras nacionales.
Hay una necesidad de entender mejor el contexto local que afecta a estos niños y jóvenes a fin de ofrecer soluciones relevantes, en las que el aprendizaje juegue un rol fundamental. Con esto no solo nos referimos al contenido de las asignaturas impartidas en las escuelas, sino también enseñar a los niños y jóvenes cómo lidiar con dificultades, mantenerse a salvo, y buscar alternativas de oportunidades económicas factibles. Sólo entonces comenzaremos a asegurar que los niños y jóvenes centroamericanos se sientan seguros y tengan oportunidades positivas para su futuro.
Esta columna fue publicada originalmente en el Blog La Educación de calidad es posible del Banco Interamericano de Desarrollo BID
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