Como viene ocurriendo en los últimos años, las posibilidades que abre la tecnología dan paso a una nueva concepción del trabajo: las comunidades de los llamados nómadas digitales. Son básicamente profesionales de la generación Millenial que deciden prescindir de los lazos espacio-temporales marcados por las formas de relación laboral tradicionales y trabajar a la vez que viajan. Iniciativas como Selina.com organizan espacios físicos en destinos de interés turístico para que estos jóvenes nómadas digitales dispongan de conexión y lugares adecuados para desarrollar su actividad.
Obviamente esta opción no es para todo el mundo, ni por supuesto para todos los puestos de trabajo. Aquellas actividades que requieren de atención cercana al cliente o de presencia física (manufactura o determinados servicios) no son susceptibles de nomadismos en general. Sin embargo, sí es interesante analizar lo que esta forma de trabajo representa. Una vez superado el “¡dónde vamos a ir a parar!” inicial -un primer vistazo a estas comunidades de nómadas digitales genera sensación de cualquier cosa menos productividad al estilo clásico-, lo cierto es que hay muchos trabajos que, al no requerir presencia física, pueden realmente desempeñarse desde cualquier sitio. E incluso podemos pensar en muchos que requieren inspiración y renovación (como el diseño o las tareas más creativas), para lo cual salir de la rutina diaria puede ser un estímulo importante para la eficacia personal. Y debemos esperar que este tipo de trabajos van a incrementarse en el futuro, puesto que la robotización absorbe las tareas más rutinarias, físicas y que requieren presencia en un puesto de trabajo.
El fenómeno del nomadismo digital nos permite también echar un vistazo histórico al mundo del trabajo tal como lo conocemos en el mundo occidental actual. Aún seguimos el modelo que se generó durante la Revolución Industrial en el siglo XIX, y debemos recordar el choque que supuso en su momento. Los operarios se suicidaban al no poder pasar cada día un número de horas fijas dentro de un edificio con luz artificial cuando su forma de vida, esencialmente agrícola, había estado vinculada al movimiento del sol y el ritmo del clima y las estaciones. Nuestra forma de trabajo no es tan antigua, ni desde luego connatural a nuestra especie. No quiero decir con ello que tengamos que volver al campo o que debamos convertirnos en luditas, sino simplemente que no es la primera vez que se producen cambios en la concepción que tenemos del trabajo y que no deberíamos escandalizarnos por ello. Sí es cierto que estos nómadas digitales nos recuerdan a estos tiempos anteriores, donde no existían las ataduras que actualmente marca nuestro sistema productivo.
Como en tantos fenómenos socioeconómicos generados por la tecnología, aún está por ver la extensión de este nomadismo digital y si pasará de ser otra moda efímera. Cada vez son más los jóvenes que deciden romper con el sistema durante una temporada y viajar sin ataduras, con trabajos precarios pero que les permiten tener experiencias diferentes y aprender de otras culturas, lo cual puede ser también una valiosa fuente de talento para las organizaciones. Esperemos que los departamentos de selección se adapten también a esta nueva visión del mundo y sepan ver en el CV de los nativos digitales un valor más que pueden aportar las nuevas generaciones.
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