Siempre que pregunto a un Salvadoreño por el nombre de un símbolo internacional que represente a su país, me hablan del “Mágico” González, de algún youtuber o simplemente no dan respuesta. Pero siempre responden sin emoción.
Desde hace cuatro años vengo regularmente a El Salvador, y he podido comprobar todos las bellas cosas que un gran amigo salvadoreño me había hablado de su patria. El problema radica en que no todos los salvadoreños creen en su propio país. No me refiero a las ideas políticas ni a la situación económica, sino a la nación en sí, a los salvadoreños, a su forma de trabajo, a las posibilidades, al verdadero país.
Tengo una teoría relativa a mi patria y a los colombianos, y que podría aplicarse a los salvadoreños, relacionada con la credibilidad en sí mismos. Puede sonar un poco light, pero creo que de allí parten muchas cosas.
La Colombia de los años ochenta padeció de una manera violenta el horror del narcotráfico, los colombianos no creíamos en nada ni en nadie. Le apostábamos a la selección de Brasil, y los cantantes estrella eran foráneos, además de estadounidenses, eran mexicanos, argentinos o venezolanos. Los colombianos no teníamos contacto con el exterior, y eran muy pocos los colombianos que “osaban” viajar a buscar posibilidades profesionales en otros países.
Llegaron los noventa y nuestra selección de futbol clasificó al mundial de Italia, lo que comenzó a avivar nuestra fe en el país. Pero fue verdaderamente con Carlos Vives y su “gota fría” con quien comenzamos a ver estrellas en el mundo internacional. En efecto, Vives comenzó a triunfar en otros países con el vallenato, música auténtica colombiana, y nos comenzamos a dar cuenta que lo nuestro podría tener valor. Posteriormente apareció Shakira y mostró que el éxito podría ser no solo latino sino mundial. Y después de ellos vinieron otros, muchos otros, y los colombianos nos dimos cuenta del valor y comenzamos a salir, ya no en arte sino en trabajos de la vida real, en cargos directivos en otros países, comenzamos a invertir afuera, y la gente comenzó a ver y a darle valor a lo que hacíamos, y comenzamos a creer que valíamos la pena y que podríamos construir.
No estoy diciendo que Colombia esté al otro lado del desarrollo, pero si creo que fue un gran avance. Y eso es lo que creo de los salvadoreños, gente con inteligencia, perseverancia y sacrificio, que tienen todo para hacer avanzar este bello país.
Cuando llegué a dictar clase a la ESEN hace ya cuatro años, me asombró que a pesar del escaso ánimo existente en el país, hubiera gente que verdaderamente creyera y le apostara a construir una universidad de talla internacional. Y me asombró, mucho más, conocer la calidad de la gente que allí estudiaba, de diversos estratos sociales y ciudades, con una gran pasión por el estudio.
Al mismo tiempo en mi tránsito por diversos países me he ido encontrando en el campo profesional con muchos salvadoreños, ya como diplomáticos con la capacidad para liderar proyectos, o como banqueros o relojeros en las mejores empresas en Suiza, o como abogados destacados en Estados Unidos que dan conferencias sobre arbitraje en Colombia, o como comerciantes de granos y cereales que compiten en igualdad con multinacionales de otros países, o como la misma Cámara de Comercio (Camarasal) que apuesta siempre por construir futuro. Hay mucha gente valiosa, pero los demás no lo creen o no se enteran.
La clase media en este país está despuntando, y es esta clase media la que hace sostener la economía de un país, de El Salvador. Pero con credibilidad, creyendo, sí aunque suene redundante.
Este país tiene muchos recursos para salir adelante. Este país tiene futuro. El Salvador, los salvadoreños, necesitan creer en si mismos. Crean, lo tienen todo. Pero como todos lo sabemos y hace poco lo repitió un conocido periodista: el talento sin disciplina es un desperdicio. Hay que trabajar. Creer en El Salvador.
Sinceramente aprecio que hayas dedicado tu tiempo a redactar este contenido. Su trabajo demuestra que investigó mucho porque es de muy alta calidad.