*Nicolás Estupiñán
Un martes cualquiera, hace casi dos años, llevé a mi hija Sol al pediatra. Nos subimos al carro y cuando llegamos al estacionamiento, Sol me preguntó: Mientras estamos en el médico y no usamos nuestro carro, ¿se lo podríamos prestar a otras personas que no tienen auto?
Es a través de esta simple idea que la economía colaborativa y la revolución digital han provisto recursos a las nuevas generaciones para que desarrollen sus necesidades, como por ejemplo, el acceso a los servicios sobre la propiedad. Esto ha generado cambios estructurales en las formas de entender el transporte.
La propuesta de desregulación planteada por los llamados disruptores y la personalización de las preferencias, sin duda han hecho que nos enfrentemos a una transformación sectorial de alta velocidad. Los esquemas de movilidad compartida, como el carpooling y el carsharing, famosos en los últimos 15 años, han tenido un crecimiento exponencial. Los autores Shaheen y Cohen muestran que a nivel global, el número de vehículos compartidos en esquemas formales e informales pasó de 11.501 en 2006 a 104.125 en 2014. En ese mismo periodo, el número de miembros afiliados a estos esquemas pasó de 346.610 a 4,8 millones. Para finales de 2016, Meddin estima que había 1.188 sistemas públicos de bicicletas, con más de 2.2 millones de bicicletas afiliadas.
El transporte colaborativo a gran escala surgió a comienzos de este milenio ante la insostenibilidad del modelo de desarrollo urbano y transporte adoptado por la mayoría de ciudades del mundo. La creciente propiedad y el uso del automóvil particular empezaron a generar pérdidas incuantificables a causa de, entre otras, la congestión, la siniestralidad vial y la contaminación. En 2000 nace el modelo de carro compartido, liderado en sus inicios por el famoso ZipCar de Robin Chase, que hoy cuenta con más de 1 millón de usuarios y más de 10.000 vehículos en el mundo. A partir de este momento y luego de 2008, año de real explosión de los teléfonos inteligentes, se ha desarrollado una amplia variedad de modelos de prestación del servicio combinando tecnología, bienes existentes y capacidad instalada, además de preferencias de usuarios.
Para analizar los posibles impactos a nivel macro en toda una ciudad, el reporte 2015 Urban Mobility System Upgrade: How Shared Self-driving Cars Could Change City Traffic, realizado por la International Transport Forum (ITF), presenta un análisis para todos los viajes en vehículos particulares y buses con una flota de vehículos compartidos (Shared Mobility, ITF, 2016). Al igual que en el reporte anterior, esta simulación está basada en Lisboa, con sus datos y redes, asignando todo los viajes de transporte privado en vehículos particulares compartidos o taxis compartidos. Sus principales conclusiones sostienen que la congestión desaparece, las emisiones relacionadas al tráfico se reducen en un tercio, el espacio para estacionamiento público requerido es 95% menos del actual, y la flota necesaria para satisfacer la demanda actual de viajes es sólo el 3% de la flota actual. También estiman que los viajes serían 50% más económicos debido a los ahorros generados por eficiencias tecnológicas y la ocupación de los vehículos. Asimismo, el espacio que se libera puede ser utilizado para aumentar el espacio público con parques, aceras, mobiliario urbano para la inclusión, entre otros.
Dos de los grandes retos que tiene América Latina hoy son la equidad y el cambio climático y, sin lugar a dudas, la movilidad compartida se presenta como una respuesta inmediata a estos retos. El sector transporte es uno de los que más contribuye a la emisión de gases contaminantes, representando alrededor del 25% de la demanda mundial de energía y cerca del 61% del consumo anual de petróleo. Los niveles de congestión alcanzados en ciudades de América Latina suponen altos costos en productividad y competitividad, y al año sufrimos más de 130,000 víctimas fatales a causa de los siniestros viales en la región, según estimaciones del Observatorio Iberoamericano de Seguridad Vial—OISEVI y la Organización Panamericana de la Salud—OPS.
En este sentido, el OISEVI viene trabajando con Bogotá en el diseño de un piloto de carriles exclusivos de alta ocupación, donde se comparten datos, infraestructura y vehículos. Este piloto busca generar evidencia empírica que demuestre que es posible cambiar marcos regulatorios existentes, romper paradigmas y asignar de manera más eficiente la capacidad existente: los servicios y la calidad, no requieren de la propiedad.
En la búsqueda de ciudades más sostenibles e igualitarias en América Latina, la movilidad compartida es una disrupción necesaria.
*Nicolás Estupiñán es ejecutivo senior en transporte de CAF