Una cultura de aprendizaje en la administración pública puede contribuir a mejorar la eficiencia en la gestión de los países del área.
Por Federico Ortega, experto en evaluación de impacto en CAF –banco de desarrollo de América Latina
Uno de los problemas que históricamente ha acechado al desarrollo de América Latina tiene nombre propio: la eficiencia de las administraciones públicas para implementar políticas y programas que resuelvan los problemas de la población.
Esta poca efectividad de los gobiernos afecta negativamente tanto a la cantidad como a la calidad de los bienes y servicios públicos y, por tanto, reduce la calidad de vida de la gente y sus posibilidades de desarrollo.
Pero ello no tiene por qué ser invariable. En el camino para revertir esa situación, hemos encontrado que introducir una cultura de aprendizaje en la gestión pública puede mejorar sustancialmente su desempeño. Ésta se basa en algo tan simple –y a la vez tan difícil de aplicar- como esto: establecer la costumbre en la administración pública de cuestionar, evaluar y mejorar los programas y las políticas que se implementan, basándose en la mejor evidencia disponible.
Para que dicha cultura de aprendizaje tenga éxito debe apoyarse en la ciencia. Establecerla implica recolectar datos fiables y veraces que permitan un análisis adecuado de la realidad. Y, por otro lado, utilizar la evaluación de impacto como herramienta que permite identificar si las políticas públicas logran los objetivos para los cuáles fueron diseñadas, los canales que median entre políticas e impactos y las poblaciones que más –y las que menos- se benefician a la hora de la implementación.
Un ejemplo claro de los beneficios de establecer una cultura de aprendizaje en la administración pública viene de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales de Colombia (DIAN). En 2013, la DIAN con la ayuda de CAF –banco de desarrollo de América Latina-, realizó una evaluación de las distintas estrategias que aplicaba como parte de las jornadas de cobro a contribuyentes morosos. Tras la visita, envío de cartas y correos electrónicos a más de 15.400 deudores de 34 ciudades, se corroboró que éstos últimos eran una alternativa muy atractiva para la recuperación de deuda morosa, en particular de pequeños contribuyentes. El estudio mostró que, aunque las visitas personales a estos contribuyentes podían incrementar la probabilidad de cobro hasta cinco veces más que los correos, el menor costo de los correos electrónicos los hacía una estrategia más costo eficiente.
La evaluación de impacto permitió analizar la realidad, mejorar la estrategia y definir cómo priorizar la selección de deudores para los que valía la pena realizar una visita, a fin de optimizar los recursos y maximizar los resultados.
El ejemplo también sirve para ilustrar la importancia de la mejora constante en el mundo en que vivimos, donde las nuevas tecnologías evolucionan a un ritmo vertiginoso, y donde los gobiernos deben adaptarse a un entorno de cambios para aprovechar las nuevas oportunidades que se presentan.
Cabe decir que implantar una cultura de innovación y aprendizaje como la descrita no es fácil. En primer lugar, porque al estar basada en la evaluación de impacto como herramienta rigurosa de evaluación, requiere que la organización posea -o desarrolle- capacidades técnicas para recolectar información, planear las evaluaciones y analizar los resultados. En segundo lugar, porque requiere que se abra un espacio político y gerencial transparente, donde se permita cuestionar lo existente y presentar ideas que puedan romper con la tradición.
Incidir en la cultura del aprendizaje en los gobiernos de América Latina será esencial para que en los próximos años podamos optimizar los recursos públicos y mejorar la calidad de los servicios que se brindan a los ciudadanos y, con ello, mejorar su calidad de vida.